Por motivos profesionales he tenido que vistar una planta de producción de alúmina y de aluminio. Por si alguien no lo sabe, aclararé que me encanta ver procesos industriales. Me quedo embobada con esas enormes máquinas filtrando, escupiendo brasas como la fragua de Vulcano, colando….Ya sé que no parece nada poético, que no resulta ecológico, que se rompe el paisaje y que es insalubre en muchos casos, pero, queridos míos: es necesario.
He de reconocer que admiro y adoro todo lo que supone transformación real, imaginación aplicada, creatividad productiva. Todo ello ha permitido también que las condiciones de trabajo sean cada vez mejores, que el peligro sea controlable -aunque indudablemente existe-, que los residuos se traten mejor. Es en este tipo de industria pesada o en las cementeras, donde te haces consciente de lo que significa nuestro nivel de vida y de lo que supone sostenerlo.
Sé que tiene un punto de frivolidad este gusto mío, que tiene esa faceta del deporte de aventura (te pones botas, casco, gafas, tapones…) tan irreal si piensas en la posibilidad de trabajar en esa planta -por otra parte parece que bien cuidada y bien atendida en cuanto a seguridad e higiene- ocho horas al día cinco días a la semana.
Disculpadme esto y también tantos días sin escribir. Se alía contra mi – o a mi favor- el mundo real y las malas conexiones que tenemos en las aldeas.
Vale, aceptamos industrialización como animal de compañía, porque tienes toda la razón que es necesaria. Pero con leyes que protejan lo que es importante.
… lo que por desgracia, por estos pagos no está garantizado, verdad?
La verdad es que para mi era trabajo y también, aunque suene un tanto frívolo, una especie de excursión que disfruté mucho.
Me lo pasé genial! Pero, claro, uno no deja de ver lo que es, qué supone nuestra vida cómoda…
Pero si soy sincera quedé más boquiabierta y encantada que otra cosa. Se ve que aún tengo algo de niña.
pues… que suerte, eso es bonito, que bien 🙂