O porqué la gracilidad, la belleza y la inteligencia nos atraen.
Se acercaron jugando por la izquierda, como en perfecta formación, dejando estelas de neón tras ellos, sólo una fracción de segundo detrás.
Iban cambiando de babor a estribor, por debajo de la proa del barco, como si escucharan ellos también la música que sonaba en mi cabeza. Esa que oí de fondo hasta el amanecer, como Ulises debió escuchar el canto de las sirenas.
Un banco de peces brillantes -Iñaki, qué nombre les dabas tú- se acercó a unos metros y uno a uno fueron describiendo una curva para acercarse a ellos pero, como si se tratase de una coreografía estudiada, volvieron inmediatamente a nuestra proa.
Uno asomó un poco más y conseguí fotografiar su lomo plateado, envuelto en las lucecitas del plancton.
¡Cuánto me acordé de ti, cariño! Con lo que te gustan los delfines, te hubiera encantado estar allí.
Os dejo un enlace a Flickr, para ver algunas fotos más de esta navegación.