Enfados

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Hay enfados de todo tipo, verdad?

Explosivos e iracundos, como una tormenta de verano, que tras su paso dejan el aire limpio – no siempre- pero cargado de electricidad. Pocas veces tengo enfados de esos, porque aunque se corresponden con mi forma de ser, he visto que una vez que me lanzo, me paso…y no quiero. Así que sólo me permito miniexplosiones. Pero ojo, eh? que yo he sido muy de montarla.

Los hay callados, sordos, de poner tierra por medio, de esos que se muestran por la ausencia, por la falta de contacto. No son los míos, me cuesta pasar por ellos cuando me llegan de otro. Tiendo a dejarlos pasar esperando que se desvanezcan en el aire sin más. A veces funciona.

Los hay de esos que se van acumulando poco a poco, sin que uno mismo se dé cuenta y, de repente, por una bobada rebosan y uno se queda hasta sorprendido de cómo se ha ignorado el enfado. Esto me pasa mucho y es injusto, sin duda, no da opciones.

Los hay pasajeros como las nubes de verano, o los hay definitivos, como una fractura en la tierra. Estos son los peores.

En todo caso, la mayoría de las veces que me enfado hago una de estas dos cosas: hablo o paso, y me distraigo con algo/alguien que me gusta y cuando caigo en la cuenta ya se me ha pasado la mitad.

Suelo pensar el por qué: muchas veces tiene más que ver con mis propios errores o defectos que con los ajenos, así que, ya veis, se puede aprender hasta de los enfados! De hecho el conflicto es siempre una oportunidad, algo que no hay que rehuir, sino gestionar, en tiempo y forma.

Aunque mi máxima es un versículo de la Biblia que leí de pequeña: «Que no se ponga el sol sobre tu enfado», así que lo primero que hago cuando soy consciente es pedir perdón. Siempre.

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