Siempre he observado con envidia sana y con una cierta curiosidad a esas personas que parecen moverse como pez en el agua en los grupos de gente, en la relaciones sociales. Esas personas agradables con las que todo el mundo quiere estar porque hacen sentirse bien a las personas que les rodean, que ofrecen comodidad, acogimiento y simpatía.
No soy así. Hay una especie de timidez que, aunque con los años ya he aprendido a disimular, me agarrota por dentro. Me gustaría hacer desaparecer esa sensación, soltarme del todo, sobre todo porque estas cosas se transmiten a los hijos con mucha facilidad.
Intuyo que el tema pasa por una cierta seguridad en uno mismo, un ser auténtico que se vuelca más en los demás que en uno mismo.