Un mareo cojonudo

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Marina de IjmudenY disculpad por el taco, que ya sabéis que no suelo usarlos, pero es que es el adjetivo más apropiado.

Me faltaba este episodio de mi «navegación» por contaros, quizá porque fue muy especial, hasta diría que muy íntimo y temo ser un poco cursi.

Salimos por la mañana de la marina de Ijmuiden. Era nuestro primer día como tripulación del Lángara. Me acordé mucho de todo lo que me decía CQ antes de salir: de lo especial que es dejar atrás el puerto, ver cómo todo se hace pequeño y sientes la libertad de estar en el mar y que toda tu vida y tus cosas están ahí, en un pequeño armario de un camarote. Sí, es toda una filosofía de vida. Lo entendí perfectamente en ese momento. La libertad necesita equipajes pequeños.

No me tomé la biodramina porque quería probar si la necesitaba o no. Al principio no noté nada, disfrutaba del mar, del aire en la cara, del balanceo del barco. Pero este mareo es suave, traidorzuelo y casi como sin querer empecé a encontrarme como medio flotando. Aún no era muy malo. Lo peor fue tomarme la biodramina justo ahí. Perdí la sensibilidad en los labios y tenía unos escalofríos tremendos.

M., a la rueda, intentaba enseñarme a llevarla por distraerme, S. me preparaba el mejor sitio de cubierta para que estuviese lo mejor posible. Maravillosos.

Por fin empecé a vomitar, como me habían dicho: nunca a sotavento y como una señora, jajaja.

C. se pasó a mi lado gran parte del tiempo, ya no sabía cómo consolarme. Hubo quien vino a confesarme cuántas veces se había mareado. Todos intentando que no me sintiera un trapo.

M. me prestó su litera en el camarote de popa y R. me preparó un té.

Durante unas horas sentí un frío glacial que no paliaba ni el jesey, el forro polar, el saco de dormir…. De repente empecé a sentir las manos y el cuerpo empezó a entrar en calor.

Diréis que estoy loca pero me sentí terriblemente afortunada: sólo tenía un pequeño mal físico que se estaba resolviendo – lentamente, eso sí- y me sentía enormemente agradecida a todos mis compañeros de travesía que, sin excepción, se acercaron a mi con cariño.

Me sentía tan bien emocional e intelectualmente que aproveché esas horas de obligado reposo casi con placer. Ordené mil cosas que traía de casa sin arreglar, tiré mil ideas que sobraban.

Hice un intento fallido de salir a cubierta y fui tan bien recibida que quedé impresionada. Con tripulaciones así no hay mareo que acabe con una. 

Cuando me levanté para ver atracar en el puerto de Zeebrugge estaba aún algo mareada pero era una persona feliz. Y el espectáculo que se desplegó ante mi no era para menos: atracar en el puerto de Brujas a las una de la madrugada, precioso espectáculo de luvces, balizas, barcos, ….Ojalá fuera capaz de describirlo.

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