Tengo que reconocer que salí de casa con la mejor disposición pero con pocas expectativas, dispuesta a disfrutar del aire libre, a sacar algunas fotos y a leer, si el tiempo lo permitía, mientras los demás hacían surf. Sintiéndome mayor y un poco torpe para intentarlo.
Pero el buen tiempo, los ánimos del profe y, sobre todo, de mis compañeros de excursión me hicieron decidirme sin hacerme mucho de rogar, la verdad.
Así que me puse un neopreno y…al agua! Apenas estuve una hora hasta que mi costilla – que les pasa a mis costillas???- empezó a doler. El tiempo suficiente para disfrutar de llegar a la arena sobre la tabla de surf, de darme cuenta de que practicando podría ponerme de pie sobre las olas.
Que emoción! Que subidon de vitalidad!
Tuve que quedarme en la orilla porque la costilla dolía incluso bañandome. Y ahí empezó la segunda parte del espectáculo! Seis personas subidas a tablas practicando como locos: un niño entrando y saliendo sin dejar un minuto entre ola y concentrado y cinco adultos disfrutando como el. El profe haciendo el pino en la tabla con el sombrero puesto!
Visto desde fuera, la vitalidad y la energía se derrochaban y a mi
Me hacían el efecto de fuegos artificiales estallando alegres.
Grabado en la retina un mar verde claro, tablas verdes y rojas y el sol y el viento acariciando la piel.