El temporal

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Antes del temporalHabíamos tenido una buena mañana en nuestra guardia. La niebla se había levantado hacia las diez o las once y había dejado paso al sol y al calor.

Mi trabajo era mirar, así que pude llenarme del azul del cielo, del azul del mar, sólo apenas alterado por velas blancas o el perfil de un mercante. Poco a poco los de la otra guardia fueron saliendo a cubierta, entusiasmados con el sol. Sacamos las cremas, los bikinis y los pantalones cortos.

Varios decidieron darse un baño en el Canal de la Mancha. Un momento para su historia personal.

Apenas salieron del agua el cielo empezó a cerrarse de nubes. El mar se fue poniendo gris y el viento -apenas 8 nudos hasta entonces- empezó a subir de intensidad.

A media tarde, unas 12 horas desde nuestra partida en Zeebrugg, oimos en el canal 16 una llamada de seguridad. El aviso parecía decir que se preveía cerca del Cap de la Hague un temporal con rachas de viento de fuerza 7 y rachas de fuerza 8, quizá más fuerte el miércoles al mediodía. Estábamos a martes y la previsión coincidía justo con nuestra llegada a Cherburgo, al lado de La Hague.

El viento ya rondaba los 16 nudos (a los que siempre habría que añadir la compensación de la velocidad del barco, unos 4 nudos más con el viento entrando de través) y subiendo. El patrón pidió a un compañero en España que le mirara el tiempo en Internet. Quitó importancia al temporal. Los avisos de seguridad del Canal 16 se repetían cada cierto tiempo. Tampoco podíamos ir hacia atrás.

Ocho de la tarde y vuelve a entrar mi grupo de guardia. Acabo de darme un golpe en una costilla. Por lo que ha dolido, lo mínimo será una fisura. Las olas mueven el barco con fuerza pero todo parece seguro. El Juan de Lángara se comporta requetebien. Reconozco que cuando me voy a la cama estoy muy inquieta, pero duermo.

Aún así, nos despertamos todos antes de la hora de la siguiente guardia, a las cuatro de la mañana. El oleaje es ya tremendo. Me parto de risa al imaginar mi imagen poniéndome una manga de un forro polar en el camarote de estribor y la otra en el del capitán: me voy de lado a lado del barco apareciendo y desapareciendo. Mi compi de camarote y yo hacemos competición de moratones.

Al subir a cubierta, las olas son ya de cuatro metros, la noche es cerrada, el barco da bandazos tremendos, aunque parece seguro, el viento llega a 25 nudos, hace horas que no nos hemos cruzado con nadie. La costa está lejos. No nos queda otra que llegar a Cherburgo y puede que nos falten 12 horas.

Jamás jamás jamás olvidaré esas olas alzándose en la noche, detrás de la cabeza de mis compañeros sentados enfrente. Esas olas negras con un pequeño ribete blanco que subían el barco hasta la altura de una casa de dos pisos en la oscuridad y que lo lanzaban hacia delante con la proa inclinada, hacia la negrura y la siguiente ola.

Así transcurrieron las cuatro horas de nuestra guardia, entre avisos de seguridad y patatas fritas. Con una ola pasándonos por encima cada ratito. Sentados en un banco encharcado. Deseando un café o algo calentito que, como podéis imaginar, no podíamos pensar siquiera en prepararnos.

Cada vez que llegaba una ola fuerte, cualquier cosa que estuviese mal estibada se movía dentro del barco, algunas saltaban de sus lugares, como si tuvieran vida propia y haciendo estruendo.

Justo a las ocho, al termino de nuestra guardia la cosa estaba fea feísima. El contramaestre había visto hasta 36 nudos de viento. Estábamos en el medio y medio de un temporal fuerza 8. No tengo fotos, pero si habéis visto películas pues ya podéis imaginarlo. Sin tregua. Horas y horas.

Como os decía, se acabó la guardia a las 8 y justo se estropeó el motor. Se aflojaron unos tornillos y ya sólo nos quedó la opción de ir a vela.

Me tumbé en la cama pero las olas barrían la cubierta con fuerza, pasaban por encima de mi cabeza y las veía hacer espuma. Mi litera se movía tanto que rodaba por el catre.  Así que descansé un poco y volví a cubierta.

Vi a Iñaki a la rueda, de pie, cogiendo con cuidado cada ola, subiendose a su lomo y aprovechando la fuerza del descenso. Le dije que parecía surfear, pero no, más bien cabalgaba sobre ellas. El barco se movía con precisión y hasta con elegancia sobre las enormes olas, perfectamente gobernado, sin descanso, por nuestro patrón.

Para siempre mi admiración: por su saber hacer, por su temple, por su capacidad enorme de concentración, por su gran calidad humana.

Como decía Marga en su comentario de ayer, jamás olvidaremos ese momento.

A las 11, a tres horas de puerto, avisamos de nuestra llegada, pedíamos un remolcador. Creíamos imposible poder entrar sin motor, sin que las olas nos tiraran contra los diques. A Cris le temblaba la voz. Sí, Marga, fue muy emotivo.

Desde que se estropeó el motor tuvimos riesgo de tener una vía de agua, si perdíamos el eje. Eso sí que hubiera sido grave, no sé si hubiéramos aguantado tan bien el humor si nos hubiéramos visto usando una bomba de achique. Aunque puede que sí, mis compañeros de tripulación demostraron ser excepcionales, y no sólo por esto.

El día se había levantado, veíamos costa, Iñaki llevaba el barco de forma imponente pero las olas no daban tregua y los franceses pasaban de venir a buscarnos.

Estábamos llegando a puerto, Iñaki empezó a enfilar la entrada, preocupado por las olas. De repente, un ferry lejano empezó a proximarse directo hacia nosotros. Siguió aproximándose y nos dimos cuenta de que no iba a respetar nuestra preferencia. Intentamos contactar con el puerto de Cherbourg para que le avisasen. Nadie hizo caso. El ferry pasó tan cerca de nosotros, que tuvimos que desviarnos para evitarlo y sus olas no nos mandaron contra el dique de milagro. Era un ferry de Britain Ferrys. Odioso.

IncreiblementeIñaki nos metió dentro del puerto. Qué sensación de alivio. Un hombre apareció con una pequeña motora a «remolcar al velero». Fue el toque de humor después de tanta tensión: miraba al Juan de Lángara con sus 42 toneladas y decía que no podía con él.

Da igual. Todos estábamos bien. El peligro había pasado. Nos sentíamos equipo, amigos y fuertes.

Nota: para más información del Juan de Lángara y su asociación, tenéis su web.

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4 comentarios en «El temporal»

  1. Hola Amalia:
    No se podría relatar mejor la experiencia.Leerlo ha sido como revivir de nuevo esas emociones y sensaciones,mezclas de inquietud,cansancio… hasta me entró fío y hambre! se me antojó un té y una manzana.Lo cierto es que había que vivirlo.estoy contigo en que Iñaki demostró ser un fuera de serie, aunque le huelan los pies.Yo tambien querría destacar algo mas y es a todo el resto de los tripulantes.Fue un autentico placer haberos conocido y haber navegado con vosotros, no imagino mejor tripu para volver a embarcarme en otro viaje como este.Fue toda una prueba de fuego el convivir en un barco,todo era buen rollo hasta cuando estabamos mareados,hambrientos, soñolientos y helados, y no es facil convivir así, en esos momentos es cuando se aprecia la calidad de las personas de las que te rodeas.Chapó por vosotros.Espero que hayas disfrutado en el viaje tanto como yo a pesar de la mala mar, pero fue una experiencia inolvidable de por vida.
    Cambiando de tema me encanta tu blog,seré un asiduo y aunque no escriba (ya sabes que como buen funcionario soy algo vago) por aquí merodearé.Me gusta mucho la forma en la que lo planteas y como escribes.
    Que no caiga en el olvido la cena para octubre, me apunto ya ahora.
    Un besazo y seguimos en contacto.

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  2. Ahora se me ocurren mil cosas más sobre esas horas, otras maneras de expresarlo todo…
    Servan, cualquiera de mis amigos o de mi familia te dirá que he vuelto maravillada por el viaje y por vosotros. Quiero repetir!!!
    Me alegro mucho de que te guste el blog y que sigas viniendo de visita! Anímate a escribir, sino nos perderemos todas esas sonrisas -y risas- que regalas con tu fantástico e inteligente sentido del humor.
    Voy preparando el menú para cuando vuelvan las niñas de viaje.
    Besos

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