De niña, cuando mi madre había salido, como era su mejor amiga, me quedaba en su casa a esperarla. Era mi casa favorita. Me gustaba su carácter dulce y pausado, esa incapacidad para que sus gritos fuesen creíbles ante los desastres que provocábamos el par de demonios que éramos.
Mimaba a todo el que se ponía a su alcance. A su marido y a sus hijos no les dejó sin un capricho: nació para querer, para cuidar, y cumplió su misión. Su cariño era incondicional, de los que curan. Siempre fui maravillosa para ella. Nos adorábamos.
Últimamente la veía menos, sólo cuando yo me acercaba a hacerles una visita. Siempre me hacía las mismas preguntas, siempre me daba un abrazo y un beso gordos al despedirse y siempre me ofrecía café solo recaliente que yo tomaba a cualquier hora aunque sólo fuera por complacerla.
Es la persona más buena, más tierna, más genuinamente dulce que he conocido jamás. Sé que ahora hay un ángel más cuidándonos.
Las grandes palabras de esos tiempos, cuando
el acontecer aún era visible, no son para nosotros.
¿Quién habla de victorias? El resistir lo es todo
Réquiem de R. M. Rilke
«El resistir lo es todo».
Es muy bello este recuerdo.Tus palabras. Un abrazo, Amalia.
Ella era hermosa.Gracias, Pau.