Una semana sin coche y un temporal que nos deja sin electricidad y teléfono durante doce horas han bastado para dejarme una extraña sensación de, de repente, haber cambiado de siglo y no saber adaptarme.
Al principio, irritación y enfado por los inconvenientes.
Después, una cierta resignación y hasta el pensamiento se va a aquellos que viven siempre en peores condiciones (la verdad es que me he acordado mucho durante el temporal de los sin techo y de la gente que vive en infraviviendas).
Más tarde, la sensación de libertad que da el no poder hacer casi nada -a sabiendas de que es transitorio- y disfrutar de jugar al Trivial o a la brisca, o de leer a la luz de las velas.
Al final de todo, dos cosas: hay que luchar por conservar este mundo en que vivimos y, sobre todo, la hermosa comprobación, una vez más, de nuestra capacidad animal para adaptarnos a los factores externos y sobreponernos a ellos.
Extrañas sensaciones.
No sé si será por lo del temporal, Amalia, pero hoy tuve dificultades para entrar en tu bitácora.
Besos, muchos besos
No, Leiter, no ha sido el temporal. Hoy el servidor en el que está alojado este blog ha pasado por una actualización que le tuvo inoperativo durante un tiempo.
Me refería a otras sensaciones :-))
Besos
Creo que de vez en cuando viene bien un apagón, aunque aún es pronto para valorar las consecuencias. Supongo que más o menos hacia septiembre tendremos una idea más aproximada. :DD
Daos un beso que desde aquí no alcanzo. chuic
(veis, como no?)
Hay que aprovechar bien los apagones, sí señor. Yo el domingo, sin conexión a Internet, hasta me apunté a la timba de brisca que se monta en mi casa.
Smuaacccchhhh
Creo que la palabra que más se acerca a esa sensación es fragilidad. Nuestras vidas, tan cómodoas, dependen de unos cables y unos vientos…
Fragilidad…puede ser.
Besos