Uvas negras

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Subíamos las empinadas cuestas con difcultad. Los «vespinos» alquilados apenas daban de sí en aquellas pendientes. Hicimos una parada para ver el precioso mar azul, perfecto, que rodeaba a la isla, un poco acalorados ya en un día que prometía ser bochornoso.

Apenas nos paramos y bajamos, vimos llegar a un hombre corriendo y gritando. Miramos a nuestro alrededor pero no había duda de que se acercaba a nosotros. No parecía un campesino griego, tenía la tez oscura de los árabes.

Se acercó y por gestos -exagerados y teatrales- supimos que nos estaba invitando a uvas. Traía varios racimos y estaban exquisitas, dulces, en su punto. Empezamos a comerlas tímidamente preguntándonos qué querría aquel hombre de nosotros.

Se empeñó en llevarnos a su casa, allí al lado, para regalarnos tomates. No había forma de decirle que no. Aparentaba no entendernos si nos negábamos. Así que los tres, sumisos, entramos en la cocina de su casa, pulcra, limpísima, mientras una mujer de la casa de al lado gesticulaba evidentemente enfadada y él la «mandaba a freir monas».

Al poco rato nos quedáron claras sus intenciones: sólo quería hablar, que le escucharan, contar su historia y, si fuese posible, en su idioma, en francés. Así que hice de traductora y nos contó que era argelino, que llevaba muchos años en esa tierra pero que echaba mucho de menos la «cultura», la «civilización».  Cuando nos vió supo que era su oportunidad de conectar de nuevo con su mundo y salir momentáneamente de aquella aldea perdida en una montaña de Samos, muy cerca de Turquía.

Charlamos durante un par de horas hasta que la mujer entró y, evidentemente, le dió un ultimátum mientras nos señalaba. El me explicó que, aunque cada uno vivía en su casa, era su mujer, que se cuidaban mutuamente desde que ella se había quedado viuda.

Subimos a las motos y nos fuimos, cargados de tomates y uvas negras, densas y deliciosas, y con la sensación de haber hecho un viaje dentro de otro, al mundo desconocido de un argelino en Samos.

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7 comentarios en «Uvas negras»

  1. La verdad es que por esos mundos de Dios, uno siempre acaba por encontrarse con gente peculiar y extraordinaria.

    Daría gusto veros de vuelta con las motos y los tomates…

    Besos, muchos besos

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  2. Cuando me dispongo al viaje me dejo secar. Me gusta salir de casa, desde el kilómetro cero, completamente limpio, vacío, como una esponja apretada en un puño. Así de ligero me pongo a caminar entre gentes y paisajes, empapándome de lo que veo, escucho, siento….Y regreso a casa completamente lleno. Esa esponja lleva dentro todo, incluso ese zumo de uvas griegas…y la voy escurriendo poco a poco en mi memoria.

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  3. Uy, Leiter, si yo te contara el resto de aventuras de ese día…Pero sí, estábamos de foto, jajaja.En realidad esa «foto» fue lo que me recordó la anécdota.

    Lizard, me encanta eso que dices. ¡Es genial! Eres un viajero de verdad. Aunque oyéndote ya no me quedaban dudas.

    Besos

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